lunes, 29 de enero de 2024

 

[ 525 ]

 

 

CONTRAHISTORIA DEL LIBERALISMO

 

Domenico Losurdo

 

 

 

capítulo primero

 

¿QUÉ ES EL LIBERALISMO?

 

(…)

 

 

5. IRLANDESES, INDIOS Y HABITANTES DE JAVA

 

La rebelión de los colonos ingleses en Norteamérica va acompañada de otra gran polémica. Durante mucho tiempo, al igual que la suerte de los negros, la de los indios tampoco había turbado en modo alguno la profunda convicción, de los ingleses de uno y otro lado del Atlántico, de ser el pueblo elegido de la libertad. Tanto en un caso como en el otro se remitían a Locke, para quien como veremos, los nativos del Nuevo Mundo están muy cercanos a las «bestias salvajes». Pero con el surgimiento del conflicto entre las colonias y la madre-patria, el intercambio de acusaciones afecta también el problema de la relación con los pieles rojas. Inglaterra —proclama Paine en 1776— es «la potencia bárbara e infernal que ha incitado a los indios y a los negros a destruirnos» o a «cortar la garganta de los hombres libres en Norteamérica». De manera análoga, la Declaración de independencia reprocha a Jorge III no solo «haber fomentado revueltas dentro de nuestras fronteras» de los esclavos negros, sino también de haber «tratado de instigar a los habitantes de nuestras fronteras, los indios despiadados y salvajes, cuyo modo de guerrear, como es sabido, es la masacre indiscriminada sin distinción de edad, sexo o condición». En 1812, en ocasión de una nueva guerra entre las dos riberas del Atlántico, Madison condena a Inglaterra por el hecho de atacar con su flota de manera indiscriminada a la población civil sin respetar ni a las mujeres ni a los niños, con una conducta similar a la de los «salvajes» pieles rojas. De cómplices de los bárbaros los ingleses devienen bárbaros ellos mismos.

 

 

En realidad, la polémica comienza ya mucho antes, tras la Proclama de la Corona que, en 1763, trata de bloquear o contener la expansión de los blancos al Oeste de los montes Allegheny. Es una medida que no agrada a los colonos ni a George Washington, que la considera «una estratagema temporal», destinada a ser rápidamente superada, pero que no conviene tener en cuenta ni siquiera en el presente: tonto es aquel «que deja pasar la presente oportunidad de ir a la caza de buena tierra». Entre tales «tontos» no entra el futuro presidente de los Estados Unidos. Bajo esta nueva forma, si bien por un lado en sus discursos oficiales declara querer aportar «las bendiciones de la civilización» y la «felicidad» a «una raza no iluminada» (anunenlightened race of men), por el otro en su correspondencia privada equipara a los pieles rojas «salvajes» a «bestias salvajes del bosque» (Wild Beasts of the Forest). Así las cosas, absurda y hasta inmoral había sido la pretensión de la Corona inglesa de bloquear la ulterior expansión de los colonos, la cual, por el contrario —proclama Washington en una carta de 1783— obligará «al salvaje, así como al lobo, a retirarse».

 

Más drástico aún se revela Franklin al respecto, quien en su Autobiografía observa:

 

«Si forma parte de los designios de la Providencia destruir a estos salvajes con el fin de darle espacio a los cultivadores de la tierra, me parece probable que el ron sea el instrumento apropiado. Este ya ha exterminado a todas las tribus que habitaban con anterioridad la costa».

 

Entra en una suerte de plano eugenésico de inspiración divina la diezma o el aniquilamiento de un pueblo que adora a «el Demonio». La deshumanización de los pieles rojas es ratificada también por aquellos que en Inglaterra se pronuncian por la conciliación con los sediciosos. El intento de la Corona por bloquear la marcha expansionista de los colonos resulta absurdo y sacrílego a los ojos de Burke, en cuanto «dirigido a prohibir como crimen y a suprimir como mal el mandamiento y la bendición de la Providencia: “Creced y multiplicaos”». Se trata, en última instancia, de un infausto «esfuerzo dirigido a conservar como guarida de bestias feroces [wild beast] aquella tierra que Dios ha concedido expresamente a los hijos del hombre».

 

Quienes oponen cierta resistencia a tal proceso de deshumanización son, obviamente, los que, en ambas orillas del Atlántico, apoyan o justifican la política de la Corona de «conciliación» no ya con los colonos, sino con los indios. En este contexto una mención particular merece la figura del simpático lealista norteamericano, que más de una vez hemos encontrado criticando el singular celo libertario exhibido por los «más duros y más malvados dueños de esclavos». A estos mismos ambientes conduce de nuevo la crueldad en perjuicio de los indios: en ocasiones se les asesina y se les arranca su cuero cabelludo con verdadero fervor religioso; se convierten incluso en el blanco de los que practican el tiro. Sí, son tildados de salvajes; pero —objeta Jonathan Boucher— más salvajes aún «le parecieron nuestros progenitores a Julio César o a Agrícola». Hemos visto a Paine acusar al gobierno de Londres de buscar la alianza de los degolladores indios. En realidad —alerta un comandante inglés en 1783— precisamente los colonos ya victoriosos «se preparan para degollar a los indios». El comportamiento de los vencedores —agrega otro oficial— es «humanamente desconcertante». Es una polémica que dura largo tiempo. A finales del siglo XIX, un historiador descendiente de una familia de lealistas que se había refugiado en Canadá, argumenta de esta manera: ¿los sediciosos pretendían ser los descendientes de aquellos que habían desembarcado en Estados Unidos para evitar la intolerancia y ser fieles a la causa de la libertad? En realidad, derrumbando la política de la Corona inglesa, que aspiraba a la conversión, los puritanos habían dado inicio a la masacre de los pieles rojas, equiparados a los «cananeos y amalecitas», es decir, a estirpes elegidas por el Antiguo Testamento para ser borradas de la faz de la tierra. Se trata de «una de las páginas más negras de la historia colonial inglesa», a la que siguen, sin embargo, aquellas más repugnantes aún, escritas en el curso de la revolución norteamericana, cuando los colonos sediciosos se empeñan en el «exterminio de las seis naciones» pieles rojas, que continuaron fieles a Inglaterra:

 

«Con una orden que creemos no tiene precedentes en los anales de una nación civilizada, el Congreso ordenó la completa destrucción de este pueblo en cuanto nación […], comprendidas mujeres y niños».

 

Al menos en su correspondencia privada, Jefferson no tiene dificultad en reconocer el horror de la guerra contra los indios. Pero, a su entender, el responsable de eso es precisamente el gobierno de Londres, que ha instigado a esas «tribus» salvajes y sanguinarias: es una situación que «nos obliga ahora a perseguirlos y exterminarlos o bien a desplazarlos hacia nuevos asentamientos fuera de nuestro alcance». Es indiscutible que a Inglaterra se le achaca «el tratamiento brutal, si no el exterminio de esta raza en nuestra América». Es indiscutible también que la suerte de los «pueblos asiáticos del mismo color» (de los pieles rojas) y también de los irlandeses —que deberían ser «hermanos» de los ingleses por su «color»— es cargada en la cuenta de una política empeñada en sembrar destrucción y muerte «donde quiera que la avaricia anglo-mercantil puede hallar un interés incluso mínimo en inundar la tierra de sangre humana».

 

No se equivoca Jefferson cuando compara el tratamiento sufrido por los pieles rojas al que les fue reservado a los irlandeses. Así como —según la acusación de los lealistas— puritanos y colonos sediciosos comparan a los indios con los «amalecitas», así los irlandeses son equiparados a los «amalecitas» destinados al exterminio, esta vez por obra de los conquistadores ingleses. La colonización de Irlanda, con todos sus horrores, es el modelo de la posterior colonización de la América del Norte. Si bien el imperio británico en su conjunto destruye ante todo a irlandeses y negros, indios y negros son las principales víctimas del expansionismo territorial y comercial, primero en las colonias inglesas de Norteamérica y después, en los Estados Unidos.

 

Del mismo modo que en la cuestión de los negros, también en la de los pieles rojas el intercambio de acusaciones termina configurándose como una desmistificación recíproca: no cabe duda de que, junto a la esclavización y a la trata de los negros, el ascenso de los dos países liberales en las dos orillas del Atlántico ha comportado también un proceso de expropiación sistemática y prácticas genocidas en perjuicio primero de los irlandeses y después de los indios.

 

Consideraciones análogas se pueden hacer también con respecto a Holanda. Un alto funcionario inglés, sir Thomas Stamford Raffles, que durante algún tiempo, en la época de las guerras napoleónicas, es vicegobernador de Java, declara que la anterior administración «muestra un cuadro insuperable de traiciones, corrupciones, asesinatos e infamias». Está claro que la rivalidad colonial juega un papel en tal juicio. Marx lo cita pero, por lo demás, une en su condena a la «administración colonial holandesa» y a la inglesa. En lo que respecta más propiamente a Holanda:

 

«Nada hay más característico que su sistema de robo de los naturales de las Célebes, con el fin de procurarse esclavos para Java […]. A la juventud raptada se la sepultaba en las mazmorras secretas de las Célebes, hasta que estaba lista para enviarla a los barcos esclavos. Solo la ciudad de Macasar, por ejemplo —dice un informe oficial—, hormiguea en prisiones secretas, cada una más horrible que la otra, repletas de desdichados, víctimas de la avidez y la tiranía, cargados de grilletes, arrancados con violencia del seno de su familia […]. Donde ponían el pie, la devastación y despoblación señalaba su paso. Una provincia de Java, Banjuwangi, tenía en 1750 más de 80.000 habitantes; en 1811 solo le quedaban 8000. ¡Este es le doux commerce!».

 

De nuevo procesos de esclavización y prácticas genocidas se entrecruzan estrechamente…

 

(continuará)

 

 

 

 

[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “Contrahistoria del liberalismo” ]

 

*

3 comentarios:

  1. ¿Quién, conociendo la historia del imperialismo, ...

    «Con una orden que creemos no tiene precedentes en los anales de una nación civilizada, el Congreso ordenó la completa destrucción de este pueblo en cuanto nación […], comprendidas mujeres y niños».

    ...puede sorprenderse de lo que hoy acontece en Gaza?

    Salud y comunismo

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    1. LAS AMPLIAS MAYORÍAS CREYENTES

      «La Revolución no te pide creer, te pide leer, estudiar…»
      (Ernesto CHE Guevara)



      ¿QUIÉN, CONOCIENDO LA HISTORIA DEL IMPERIALISMO...
      ...puede sorprenderse de lo que hoy acontece en Gaza?

      Esa es la pregunta pertinente, porque revela de manera precisa cuál es la clave de la cuestión. Lo primero, aunque no es más que el comienzo, es conocer la historia, ir a la raíz de los hechos. El materialismo histórico, es la base del método dialéctico de investigación y análisis del pensamiento marxista. Si, como dejó escrito hace más de un siglo Lenin y hasta ahora nadie lo ha podido refutar, el imperialismo es la fase superior del capitalismo, no debemos confundirlo, en su esencia, con el imperio romano, otomano o bizantino. Tampoco es comparable, aunque existan determinados rasgos más o menos comunes (la esclavización, el saqueo, el exterminio…), con los “modernos” imperios colonialistas: español, holandés, francés, británico, norteamericano…

      Claro que la tentación está ahí, en las páginas de la historia:

      “Más drástico aún se revela Benjamin Franklin (uno de los padres fundadores de los Estados Unidos) en su Autobiografía:

       «Si forma parte de los designios de la Providencia destruir a estos salvajes con el fin de darle espacio a los cultivadores de la tierra, me parece probable que el ron sea el instrumento apropiado. Este ya ha exterminado a todas las tribus que habitaban con anterioridad la costa»”.


      Digo la tentación de colocar en el lugar de Franklin a Biden, y en vez de utilizar el ron, pues se practican impunemente los criminales bombardeos sobre la indefensa población civil palestina a la que hoy el imperialismo yanqui y sus socio sionista extermina, “según los designios de la Providencia 2.0”, que el “esclavista-liberal recomendaba hacer allá por el siglo XVIII con “las subhumanas tribus apaches de la costa”.

      Dicho esto, es fácil comprender por qué el hegemón se esfuerza en REESCRIBIR la historia, en BORRAR O ADULTERAR los “peligrosos” hechos del pasado (Leningrado, Stalingrado, Hiroshima, Nagasaki…) que pueden ayudar a desvelar los criminales embustes del presente. Por eso, la ideología dominante con sus tergiversadas “narrativas y relatos” nos condenan –estamos confinados en el planeta y rodeados y monitorizados por “nuestros imprescindibles teléfonos móviles” y sus satélites orbitales– a creer la “desinformación sobre el pasado y el presente ” que, al margen de los hechos objetivos, de la realidad sin mutilar o de la verdad contrastable, difunden desde sus monopolísticos “medios” de creación: llámese Hollywood, wikipedias, plataformas digitales, televisiones, radios, prensa, publicidad, editoriales, internet…

      Queda claro pues, no nos queda otra que dar la batalla de las ideas siendo muy conscientes de que el hegemón tiene muy clarito, por eso no se anda con chiquitas, que es la única batalla que no se puede dar el lujo de perder. Así que por nuestra parte toca remangarse…


      Salud y comunismo

      *

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    2. “Instrúyanse, porque necesitamos toda nuestra inteligencia.
      Conmuévanse, porque necesitamos todo nuestro entusiasmo.
      Organícense, porque necesitamos de toda nuestra fuerza.”

      ― Antonio Gramsci

      Salud y comunismo

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