jueves, 22 de febrero de 2024

 

[ 536 ]

 

CONTRAHISTORIA DEL LIBERALISMO

 

Domenico Losurdo

 

 

 

capítulo primero

 

¿QUÉ ES EL LIBERALISMO?

 

(…)

 

8. EXPANSIÓN COLONIAL Y RENACIMIENTO DE LA ESCLAVITUD: LAS POSICIONES DE BODINO, GROZIO Y LOCKE

 

¿Puede un acercamiento «historicista» —decididamente desorientador con relación a la revolución norteamericana— ser útil para aclarar las razones del entrecruzamiento, puesto de manifiesto ya, entre la libertad y la opresión en las dos revoluciones liberales precedentes? Ugo Grozio y Jean Bodino, a pesar de ser contemporáneos, en cuanto ambos viven entre los siglos XVI y XVII, expresan posiciones diametralmente opuestas acerca del tema que nos interesa aquí. Si bien el primero justifica la esclavitud remitiéndose a la autoridad tanto de la Biblia como de Aristóteles, el segundo refuta ambos argumentos. Tras haber observado que en el mundo hebreo solo los gentiles podían ser sometidos a esclavitud perpetua y que cristianos e islámicos se atienen a normas y costumbres análogas, Bodino concluye: «Los pueblos de las tres religiones han cortado por la mitad la ley de Dios que concierne a la esclavitud», como si la prohibición de esta horrible institución se refiriera solo a los consanguíneos y no a la humanidad en su conjunto. Si es que se puede instituir una distinción en el ámbito de las tres religiones monoteístas, esta es en favor del Islam, que ha sabido expandirse gracias a una valiente política de emancipación.

 

Bodino refuta también la tesis de Aristóteles, retomada y hasta radicalizada por Grozio, según la cual existirían hombres y pueblos esclavos por naturaleza. Para confirmar esto a menudo gustan de citar el hecho de la difusión universal en el tiempo y en el espacio de la institución de la esclavitud; pero —objeta el autor francés— no menos universalmente difundidas son las revueltas de los esclavos:

 

«Alegar que la servidumbre no hubiera durado tanto tiempo si fuese contra la naturaleza, constituye un argumento irrefutable si se refiere exclusivamente a las cosas naturales, que tienen la propiedad de conformarse a la inmutable ordenanza divina. Pero habiéndose dado al hombre libertad para elegir entre el bien y el mal, muchas veces contraviene la prohibición y escoge lo peor en contra de la ley de Dios y de la naturaleza. La opinión depravada tiene tanta fuerza para él que se transforma en ley con mayor autoridad que la misma naturaleza; de este modo, no hay impiedad ni perversidad que no haya sido tenida por virtud y piedad».

 

Si bien la institución de la esclavitud durante largo tiempo ha aparecido y todavía continúa apareciendo como algo obvio y comúnmente aceptado, esta remite no a la naturaleza, sino a la historia, más exactamente a un capítulo de historia deplorable y execrable, que es necesario apresurarse a concluir de una vez y para siempre. No tiene sentido quererlo justificar basándose en el derecho de guerra (como hace también Grozio):

 

«Ni que la caridad consista en guardar los cautivos para obtener de ellos ganancia y beneficio, como si fueran animales».

 

En conclusión: Grozio y Bodino son contemporáneos; si bien el primero es expresión de la Holanda en algún modo liberal, el segundo es un teórico de la monarquía absoluta, pero es el segundo y no el primero el que pone en discusión el poder absoluto que el amo ejerce sobre sus esclavos.

 

A un resultado análogo arribamos cuando, en lugar de comparar a Bodino con Grozio lo hacemos con Locke, aunque es posterior en algunos decenios. Si bien el liberal inglés, que justifica la esclavitud también con la mirada dirigida al pasado, señala a Espartaco como el responsable de una «agresión» contra la «propiedad» y el poder legítimo (TT), de manera bien diferente se expresa Bodino:

 

«Los romanos, a pesar de ser tan grandes y poderosos […] con cuantas leyes hicieron, no pudieron impedir la rebelión de sesenta mil esclavos con Espartaco a la cabeza, quien por tres veces venció al ejército romano desplegado en batalla».

 

En el liberal inglés ha desaparecido la carga universalista presente en Bodino, así como tampoco hay ya traza de la condena incondicional a la esclavitud que se lee, por el contrario, en el teórico francés del absolutismo monárquico: si tenemos presente

 

«tantos asesinatos, crueldades y villanías odiosas cometidas por los señores en las personas de los esclavos, puede concluirse que la esclavitud es perjudicial y que también lo es reintroducirla después de haberla abolido».

 

Aquí se habla de reintroducción. En efecto, Bodino traza una breve historia de la esclavitud en el mundo o, más propiamente, en Occidente (y en el área geográfica dominada por este). Es cierto que esta institución gozaba de buena vitalidad en la antigüedad greco-romana. Al ejemplo y al modelo de esta espléndida civilización se remitirán, todavía en el curso de la guerra de Secesión, los teóricos y los defensores de la causa del Sur para condenar el abolicionismo. Bodino, por el contrario, dibuja un cuadro más bien realista de la antigüedad clásica: esta estaba fundada sobre la servidumbre de un número de hombres claramente superior al de los ciudadanos libres; por lo tanto, vivía constantemente bajo la pesadilla de la rebelión de los esclavos y, con tal de resolver el problema, no dudaba en recurrir a las medidas más bárbaras, como lo confirma el asesinato en Esparta «en una sola noche» de 30.000 ilotas. Con posterioridad, también como consecuencia de la influencia del cristianismo, las cosas parecen cambiar: «Europa fue liberada de la esclavitud aproximadamente después de 1250», pero «la vemos hoy retornar nuevamente»; tras la expansión colonial esta «se ha ido renovando en todo el mundo»; hay un retorno masivo de los esclavos y ya Portugal «tiene verdaderos rebaños de estos como de animales».

 

Y por tanto, lejos de ser afectada por los intentos de eliminación del historicismo vulgar, la paradoja que caracteriza a la revolución norteamericana y al primer liberalismo en general, no solo continúa subsistiendo, sino que resulta más clara aún: estamos en presencia de un movimiento político en contratendencia respecto a autores que, ya siglos antes, habían pronunciado una condena sin apelación a la institución de la esclavitud. Si bien Locke, campeón de la lucha contra el absolutismo monárquico, justifica el poder absoluto del patrono blanco sobre el esclavo negro, tal poder es condenado por un teórico del absolutismo monárquico como lo es Bodino.

 

En conclusión, cuando se analiza la relación que las tres revoluciones liberales desarrollan, por un lado con los negros y por el otro con los irlandeses, los indios y los nativos, resulta errado partir del presupuesto de un tiempo histórico homogéneo, sin solución de continuidad y que discurre de manera unilineal. Muy anterior a Locke y a Washington, y contemporáneo de Grozio, es Montaigne, en el cual hallamos una memorable reflexión autocrítica acerca de la expansión colonial de Occidente que en vano buscaremos en los primeros. Tal reflexión puede incluso ser comprendida como una crítica anticipada, pero puntual, del comportamiento asumido por Grozio, Locke y Washington con respecto a las poblaciones extra-europeas: en estas no hay «nada de bárbaro y salvaje»; el hecho es que «cada uno llama barbarie a aquello que no está en sus costumbres». Se toma como modelo al propio país: «allí está siempre la religión perfecta, el gobierno perfecto, el uso perfecto y completo de cada cosa». Remontándonos en el tiempo, tropezamos con Las Casas y su crítica a los argumentos con los que se procedía a la deshumanización de los indios «bárbaros», aquellos argumentos que, por el contrario, son más o menos ampliamente retomados por Grozio, Locke y Washington.

 

Hay que agregar que la explicación «historicista» se revela inconsistente no solo en lo que respecta a la relación con los pueblos coloniales. Si bien Fletcher, «republicano por principio», como se define él mismo, miembro del Parlamento escocés y exponente del mundo político liberal que tiene su origen en la Revolución Gloriosa, exige «convertir en esclavos a todos los incapaces de proveer a su propia manutención», Bodino condena incluso la esclavitud de los «vagabundos y perezosos». Según la observación de un gran sociólogo, «en el período entre 1660 y 1760» (es decir, en los decenios de preeminencia del movimiento liberal) se difunde en Inglaterra, con respecto a asalariados y desocupados, un comportamiento de una dureza sin precedentes, «tal, que no halla comparación en nuestros tiempos, sino en el comportamiento de los más abyectos colonizadores blancos hacia los trabajadores de color».

 

Para comprender el carácter radical de la paradoja que nos ocupa, regresemos a Bodino, que culpa a la avidez de los mercaderes del regreso de la esclavitud en el mundo, para después agregar que «Si los príncipes no ponen orden, esto pronto estará lleno de esclavos». Aunque considera por un lado que la esclavitud no es un rezago del pasado ni del atraso, ve su solución no ya en las nuevas fuerzas políticas y sociales —que están emergiendo como consecuencia del desarrollo económico y colonial— sino, por el contrario, paradójicamente la ve en el poder monárquico. Así lo argumenta Bodino, y así también lo argumenta, dos siglos más tarde, el propio Smith. Por otro lado, cuando Fletcher recomienda la transformación de los mendigos en esclavos, polemiza contra la Iglesia, a la que le reprocha haber promovido la abolición de la esclavitud en la antigüedad clásica y oponerse a su reintroducción en el mundo moderno, favoreciendo así la pereza y el desenfreno de los vagabundos. También en este caso, la institución de la esclavitud se percibe en contradicción no ya con las nuevas fuerzas sociales y políticas, sino con un poder de origen pre-moderno. Tal consideración puede resultar igualmente válida con este propósito para Grozio, quien desarrolla también una polémica, si bien no ya contra el cristianismo en cuanto tal, en todo caso sí contra sus lecturas de corte abolicionista:

 

«Los apóstoles y los antiguos cánones prescriben a los esclavos no librarse de sus amos con la fuga; probablemente es un precepto general opuesto al error de aquellos que rechazan cualquier sometimiento, ya sea privado o público, por considerarlo en contradicción con la libertad cristiana (JBP)».

 

Los propietarios que, en la Virginia de finales del siglo XVII, impiden el bautismo de los esclavos —con el objetivo de no turbar el espíritu de sumisión y de evitar que surja en ellos un sentido de orgullo, por el hecho de pertenecer a la misma comunidad religiosa que sus amos— provocan la protesta tanto de la Iglesia como de la Corona; y una vez más, vemos que son las fuerzas del Antiguo Régimen las que ejercen una acción de freno y de contención frente a la esclavitud racial.

 

En conclusión, el recurso al historicismo vulgar para «explicar» o eliminar el sorprendente entrecruzamiento de libertad y opresión que caracteriza las tres revoluciones liberales de que se habla aquí, no conduce a nada. La paradoja sigue en pie, y eso exige una explicación real y menos consoladora…

 

(continuará)

 

 

 

 

[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “Contrahistoria del liberalismo” ]

 

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