miércoles, 27 de marzo de 2024

 

[ 555 ]

 

EL MÉTODO YAKARTA

 

Vincent Bevins

 

(…)

 

 

05

Brasil, ida y vuelta

 

 

 

EXPULSIÓN

 

En los años que Benny pasó en Kansas, la vida para los indonesios de ascendencia china se hizo cada vez más difícil en el archipiélago. Habían sufrido históricamente intermitentes explosiones de racismo, pero conforme los límites se dibujaban y desdibujaban en la democracia dirigida de Sukarno, parecía haber cada vez menos espacio para ellos. El primer gran golpe fue una ley de 1959, aprobada justo cuando Benny ponía rumbo a Kansas, que retiró ciertos derechos de carácter económico a los extranjeros. En la práctica, la medida incluía a la amplia población de origen étnico chino. No fue Sukarno quien impulsó el cambio legislativo —fueron los militares—, pero sí permitió que la ley racista, una desviación de los valores fundacionales de Indonesia, fuera aprobada. El ejército también organizó disturbios violentos anti-chinos (para los que no pidió la aprobación de Sukarno). Los militares utilizaron financiación estadounidense para organizar estos pogromos. La situación era aterradora.

 

 

Muchos indonesios de origen chino empezaron a buscar una salida. Entre ellos estaba la familia Tan, a la que conocimos brevemente en la introducción. Tiong Bing y Twie Nio vivían en Yakarta, a no mucha distancia de la casa de Francisca. Tiong Bing, el padre de la familia, provenía de una estirpe de agricultores, pero trabajaba de ingeniero en la sección administrativa de Yakarta Septentrional, fundamentalmente china, donde la vida se había tornado tensa. Muchos de los miembros de su comunidad se mudaron a China, pero los Tan buscaban oportunidades distintas. Las posibilidades en Canadá o en Estados Unidos eran poco alentadoras. Habían oído, no obstante, que algunos indonesios de etnia china habían partido rumbo a Brasil, que ofrecía buenas oportunidades y una relativa ausencia de discriminación. El goteo de inmigrantes empezó a principios de la década de 1960, y los relatos de las experiencias en Brasil llegaron a Yakarta y a los Tan.

 

Así pues, la familia decidió embarcar con sus tres hijas en el Tjitjalengka, un viejo barco hospital neerlandés que había sido utilizado para trasladar prisioneros de guerra en la Segunda Guerra Mundial. En realidad, Tiong Bing nunca obtuvo permiso para abandonar su puesto de ingeniero, recuerda su hija Ing Giok. Simplemente huyó. Sus documentos de salida tal vez fueran falsos. «Ya lo pensaremos cuando nos montemos en el barco», les decía a sus hijas. No era fácil mantener a tres niñas pequeñas en buen estado de salud y felices mientras rodeaban muy lentamente el mundo. Ing Giok no dejaba de vomitar. Sin embargo, seis semanas más tarde desembarcaron en el puerto de Santos, en el estado de São Paulo.

 

 

 

LA CHINA DE LOS AÑOS SESENTA

 

Ing Giok era apenas una niña cuando vio por primera vez Brasil: era un lugar muy diferente a lo que estaba acostumbrada. Tal vez precisamente por esto las principales características del país le llamaron a ella más la atención que a los norteamericanos o a los propios brasileños. En primer lugar, fue consciente muy pronto de que Brasil era una colonia de asentamiento de Europa Occidental con una desigualdad extrema y una jerarquía racial muy evidente. Todo esto quedó patente cuando su familia se instaló en un apartamento de Brooklin, el barrio de São Paulo que recibe su nombre del distrito neoyorquino, y sus padres la matricularon en una escuela católica de clase media-alta.

 

Allí, la mayor parte de los niños eran blancos. Y estaba claro que aquella gente blanca dirigía el país. En las calles por las que pasaba había personas de piel oscura o negra, en su mayoría descendientes de esclavos, y todavía eran tratados de manera evidente como ciudadanos de segunda clase. Ella formaba parte de un tercer grupo, una comunidad de inmigrantes más recientes clasificada en algún lugar entre la población blanca y la negra: con la posibilidad de ascender a la clase media, pero siempre teniendo que asumir una considerable dosis de burla. Los niños la llamaban «Japa»: São Paulo tiene una amplia comunidad japonesa, e Ing Giok era confundida a menudo con los brasileños de ascendencia japonesa, que estaban por encima de los negros en la escalera racial. Ing Giok sabía que había una cuarta raza en algún lugar lejano, aunque poco contacto tenía con ellos: los pueblos indígenas de Brasil, de los que se hablaba como si apenas fueran humanos.

 

 

Otras cosas le resultaban nuevas también. Brasil solo tenía una lengua —el portugués—, que provenía de Europa, no de Brasil. Los colonizadores blancos la habían llevado consigo y había acabado con el uso de todas las lenguas locales. Era algo muy distinto a Indonesia, por supuesto, que se expresaba en un huracán de lenguas indígenas entremezcladas que, antes de que ella naciera, prácticamente habían expulsado al neerlandés. En Brasil, además, solo había una religión: el cristianismo que habían traído los colonizadores. Y las tradiciones locales se conservaban solo en la lejana selva, un lugar al que Ing Giok sabía que no se esperaba que fuera. Era todo muy diferente a Indonesia, donde había cinco o seis religiones, dependiendo de cómo se contaran.

 

 

Resultaba bastante evidente lo que Ing Giok debía hacer: estudiar mucho, escalar al sector de la sociedad ocupado por las personas blancas y adoptar su forma de hacer las cosas. Era una niña lista, así que le fue bien.

 

 

La familia Tan no reparó en que Brasil estaba inmerso en una crisis política hasta su llegada en 1962. Al menos, eso consideraba desde luego Estados Unidos. Brasil, con diferencia el país más grande de América Latina y durante mucho tiempo el aliado más importante de Washington en la región, parecía estar alejándose de la órbita estadounidense. Esto no solo preocupaba a los norteamericanos, preocupaba también a gran parte de la élite brasileña. Al contrario que en Indonesia, los funcionarios de Washington no tenían aquí que adaptarse a una cultura local enormemente diferente para luego plantar las semillas de un movimiento anticomunista. En Brasil podían trabajar con facilidad con las fuerzas políticas conservadoras que habían emergido de la propia historia brasileña.

 

 

Los portugueses llegaron en torno al año 1500 a esta zona de América del Sur, que, como tantos otros lugares del espacio colonial, recibió su nombre de una de sus primeras materias primas exportadas: la madera de brasil o pau brasil. Este inmenso pedazo de América del Sur, con un tamaño que duplica el de la Unión Europea, acabó técnicamente en manos de los portugueses por el Tratado de Tordesillas de 1494, o más bien cuando el papa trazó una línea arbitraria en un mapa muy mal dibujado para dividir el Nuevo Mundo entre España y Portugal. La población indígena que acabó en los territorios recién concedidos a Portugal vivía de manera diferente a quienes habitaban los actuales México o Perú. No había un imperio grande y centralizado como el azteca o el inca, sino grupos más pequeños y autosuficientes. En los primerísimos años, los europeos establecieron tímidas alianzas con estas tribus, celebraron matrimonios mixtos y lucharon y perdieron batallas; formaron nuevas alianzas, algunos fueron capturados y, al lograr escapar, enviaron a Europa relatos de canibalismo (en su mayor parte ciertos, si bien muy sensacionalistas). El europeo más famoso de los que narraron su experiencia sobrevivió únicamente porque rompió a llorar y a rogar por su vida, lo que llevó a los locales a creer que era demasiado débil y patético para que mereciera la pena comérselo. Se convirtió en un escritor superventas. Cuando los europeos tuvieron sometida a la población nativa, decidieron que los indígenas brasileños, que morían por las enfermedades y una despiadada esclavitud, no ofrecían suficiente mano de obra gratuita para la extracción de recursos naturales destinados a la exportación.

 

 

Así pues, Brasil importó casi cinco millones de seres humanos de África, muchos más que Estados Unidos, prácticamente la mitad de todos los esclavos conducidos a América. Al igual que en Estados Unidos, la esclavitud en Brasil era de una crueldad inimaginable. Además del látigo, los cepos y los collares de hierro tachonados de clavos para evitar la huida, los propietarios de esclavos fijaban máscaras de hierro que impedían que los esclavos se suicidaran comiendo tierra.

 

 

Cuando de independizarse de Europa se trató, la mayor parte de los países de América Latina expulsó a los españoles en violentas revoluciones a principios del siglo XIX. En Brasil, sin embargo, la familia real portuguesa, huyendo de las fuerzas invasoras napoleónicas, fijó su residencia en Río de Janeiro en 1808, con lo que trasladó la capital del imperio a la colonia. Miles de europeos hicieron cuanto pudieron por erigir una corte palaciega en Río, de modo que fundaron una monarquía local que gobernó hasta 1889 y aún hoy tiene cierta influencia (no oficial).

 

 

Poco después de libertar a los afrodescendientes brasileños en 1888, el país más grande de América del Sur se embarcó de inmediato en una política de branqueamiento (blanqueamiento) explícito. La idea era atraer a emigrantes blancos y expulsar la sangre africana de la población mediante el «cruce de razas». Los esclavos recién liberados quedaron deliberadamente condenados a languidecer en la pobreza, en lugar de recibir un trabajo remunerado en el nuevo sistema. Esta estrategia fue también la que llevó a los compañeros de clase japoneses de Ing Giok a São Paulo. Los brasileños consideraban a los japoneses —a los que categorizaron como los «blancos de Asia»— los inmigrantes asiáticos más deseables. Este racismo se sostuvo de manera pública y relevante, con organizaciones culturales que diseñaban carteles para «demostrar» que un hombre japonés y una mujer brasileña tendrían descendencia «blanca».

 

Con actitudes más conservadoras que las de sus vecinos, Brasil miraba más a Washington que a la América Latina hispanohablante. Desde la caída de la monarquía hasta mediados del siglo XX, Brasil disfrutó de una «relación especial» con Washington y a menudo desempeñó un papel de conciliador entre Estados Unidos y los países hispanohablantes de América Latina. En 1940, Brasil se convirtió en la primera nación de América Latina en firmar con Washington un acuerdo militar entre los mandos de ambos ejércitos. El Departamento de Estado estadounidense consideraba a Brasil la «llave de América del Sur» por su tamaño y su riqueza mineral. En 1949 se fundó la Escola Superior de Guerra (ESG), siguiendo el modelo de la Escuela Nacional de Guerra de Estados Unidos, donde se habían formado algunos brasileños.

 

Fuera del entorno militar, esta relación especial empezó a desmoronarse con el inicio de la Guerra Fría. El presidente Eurico Gaspar Dutra (en el cargo entre 1946 y 1951) hizo cuanto pudo por sumarse a la campaña antisoviética estadounidense, incluida la ruptura de relaciones con Moscú y la ilegalización del Partido Comunista Brasileño (PCB), el partido comunista más fuerte de América Latina. Sin embargo, el presidente Dutra también creía que Washington se interponía en el camino al desarrollo económico de Brasil. Estados Unidos, la única fuente disponible de capital para las inmensas necesidades de inversión pública de Brasil después de la Segunda Guerra Mundial, se negó a conceder los préstamos que el Gobierno de Dutra solicitó, lo que sorprendió a Brasil, aliado de Washington durante la guerra. Los dos países también se enfrentaron por el precio del café, una exportación brasileña de extrema importancia. Sin embargo, la principal fuente de fricción entre los dos países más grandes del hemisferio fue la cuestión de la participación empresarial estadounidense en el sector petrolero: los legisladores brasileños querían favorecer a las petroleras locales, mientras que Washington insistía en que las empresas estadounidenses pudieran operar en el país. Llegado 1949, los brasileños estaban exasperados por la aparente indiferencia de los gringos ante la situación económica de Brasil, y en 1950 Dutra escenificó una condena pública cuando se negó educadamente a apoyar a Estados Unidos en Corea.

 

 

Cuando Getúlio Vargas, longevo protagonista de la política brasileña, regresó a la presidencia en 1951, las relaciones con Estados Unidos no hicieron más que empeorar. Vargas había presidido el país en las décadas de 1930 y 1940 en el papel de dictador, pero se había reinventado como populista elegido en las urnas. Aunque tenía un pasado de violenta represión del comunismo en su propio país y Brasil apoyó la valiosa declaración anticomunista de John Foster Dulles en la Conferencia de Caracas inmediatamente anterior al golpe de Estado en Guatemala, después de una nueva disputa por la ayuda, Vargas también concluyó que Estados Unidos se oponía al desarrollo económico de Brasil y anunció que apoyaría en la ONU las luchas por la libertad de las colonias (en aquel punto de la Guerra Fría, algo así suponía un enfrentamiento evidente con la política de Washington). Vargas también propuso un impuesto a los beneficios extraordinarios que sin duda afectaría a los inversores extranjeros, y posteriormente supervisó la creación de Petrobras, petrolera estatal en régimen de monopolio. La reacción en Estados Unidos fue de una hostilidad predecible. The New York Times informó de que la «opinión de los expertos» era que Brasil nunca podría reunir el capital necesario para extraer su propio petróleo, por lo que en realidad «lo que el Gobierno ha hecho es enterrar a gran profundidad todas las reservas de petróleo con las que Brasil pueda contar»…

 

(continuará)

 

 

 

 

 

 

[ Fragmento de: Vincent Bevins. “El método Yakarta” ]

 

*


No hay comentarios:

Publicar un comentario