sábado, 15 de junio de 2024

 

[ 595 ]

 

 

EL RUEDO IBÉRICO / “VIVA MI DUEÑO”

 

Ramón María del Valle-Inclán

 

 

(…)

 

 

 

 


 

 

 

 

Del libro "Los Borbones en pelota", de los hermanos Bécquer.

 

 

 

XII

 

La Secretaría del Casino. Anaqueles y legajos, incómoda y aparatosa sillería de brocatel, gran mesa oficinesca provista de plumas, lacre, cuadradillos, raspadores, obleas, campanilla de plata. Cabildo de fortunones antillanos. Preside Don Antonio de Buen, Marqués de Buen: Hácenle rueda en torno Don José María Calvo, Don Evaristo Fernández de la Mortera, Don Lucas Lombillo, Don Jerónimo López Cué, Don Francisco Xavier de Miranda, Don Manuel García Pando, Don Francisco Ponce, Don Gil Alonso, Don José Zulueta, todos honorables plutócratas con ingenios de caña y vegas de tabaco, plantaciones de café y esclavos de color: Les daba su fortuna influencia en la Corte: Algunos tenían asiento en el Senado: Otros eran grandes cruces y títulos de Castilla. Don Antonio de Buen, Marqués de Buen, daba fiestas adonde acudía el mundo  aristocrático, y era una gracia del mejor tono llevarse la plata del servicio, sin escamoteo, con bulla y descaro. El Marqués de Buen solía mirar estas elegantes expansiones con un guiño de gitano filósofo:

 

—¡La juventud bordea siempre el Código!

 

Fernández Vallín, apoyado en el respaldo de una silla, peroraba con fácil verba criolla:

 

—¡Señores, la revolución es un hecho! Reconocerlo no implica, ciertamente, declararse enemigo del Trono. ¿Pero, acaso, nuestros intereses pueden ser ajenos al cambio político que traería la abdicación, voluntaria o impuesta por las espadas? No faltan exaltados que aspiran a implantar la República: Otros, sin dejar de ser monárquicos, son incompatibles con la actual Dinastía: Muchos, los elementos de más solvencia, los que real y verdaderamente representan una garantía para el país, apoyan la candidatura del Duque de Montpensier. Ésta es la situación, y, previniendo los sucesos posibles, no creo que debamos permanecer sistemáticamente alejados de los hombres que, en un mañana muy próximo, escalarán el poder, y serán árbitros de los destinos de la Patria. Yo he meditado largamente sobre el peligro que un régimen liberal llevaría a nuestros intereses de la Isla. ¡La democracia española es antiesclavista, y una ley prohibiendo la trata nos arruinaría!

 

Murmullos de asentimiento, doctos cabeceos. El Marqués de Buen se sacaba los puños con mancuernas de brillantes:

 

—No vamos, sólo por el interés de nuestra hacienda, a conspirar contra el Trono de Doña Isabel. Somos caballeros, y debemos lealtad a esa Augusta Señora. Pero, como ha indicado nuestro amigo, sin lanzarnos a la revolución, debemos admitirla como un hecho fatal, temer sus consecuencias, y en lo posible adelantarnos a evitarlas. A ese fin nos hemos aquí reunido. Conozco la opinión de cada uno de ustedes y ustedes conocen la mía.

 

Nuevas y más solemnes aprobaciones. Fernández Vallín las dominaba verboso:

 

—Me he reservado comunicar a ustedes, hasta vernos aquí reunidos, ciertas insinuaciones que tuvo a bien hacerme Don Juan Prim. Repetir una por una sus palabras no me sería posible, ni ellas en sí tienen un gran valor desligadas de la ocasión, del tono, del gesto…

 

El Marqués de Buen mecía la cabeza:

 

—¡El retintín!

 

—¡Justamente! El General no es un demagogo, ni un aventurero, como afirman algunos elementos del moderantismo. No es, siquiera, un fanático del credo progresista, como Espartero.

 

Se infló Don Evaristo de la Mortera:

 

—Señores, ningún ambicioso puede ser sinceramente demócrata, y ante todo, es un gran ambicioso el Conde de Reus. Si escala el poder, le veremos más duro, más autoritario y menos liberal que Narváez. La situación antillana no le es desconocida. El General ha estudiado nuestros problemas, y sabe que el pleito esclavista no puede resolverse de un modo romántico, concediéndole la libertad a los morenos y prohibiendo la trata.

 

Solfearon distintas voces:

 

—¡De acuerdo! ¡De acuerdo!

 

—¡El romanticismo, para los poetas!

 

—¡Indudablemente!

 

—¡La política debe ser siempre realidades!

 

—¡De acuerdo! ¡De acuerdo!

 

 

El Marqués de Buen apuntó su guiño de gitano filósofo:

 

—¡La prohibición de la trata significa la ruina moral y material de aquellas Islas!

 

 

En la pared abría los brazos la sombra cristobalona de Fernández Vallín:

 

—El General está capacitado del problema. Nosotros no podemos olvidar su actuación en Puerto Rico. ¡Recordemos, señores, el estado anárquico del país, los crímenes de los negros contra los patronos, el incendio de los ingenios, las acusaciones injustas de los periódicos, sus campañas combatiendo la trata! En estas críticas circunstancias pasa a ejercer el mando de la Pequeña Antilla Don Juan Prim. Recordáis todos cómo en poco tiempo cambió el panorama. A la incertidumbre de los negocios, a los motines de los esclavos, a los incendios y secuestros, sucedió un momento de prosperidad no igualado. ¿A qué causas fue debida esta mudanza? ¡A la energía y a las dotes de gobernante que en tal alto grado acompañan al Conde de Reus! Voy a permitirme leer el documento que en aquellas gravísimas circunstancias dictó el entonces Capitán General de Puerto Rico. Veréis, señores, cómo este notable documento confirma plenamente cuanto dejo expuesto.

 

Don Benjamín extrajo de su cartera un recorte de prensa, y acercándose a la mesa lo metió bajo la luz verde del quinqué. Leyó ceceante:

 

—Bando del Capitán General de Puerto Rico, Excelentísimo Señor Don Juan Prim y Prats, Conde de Reus y Vizconde del Bruch. 

 

Artículo primero: Los delitos de cualquier especie que, desde la publicación de este bando, cometan los individuos de raza africana residentes en la isla, libres o en esclavitud, serán juzgados y penados militarmente por un Consejo de guerra, con absoluta inhibición de todo otro tribunal.

 

—Artículo segundo: Todo individuo de raza africana, libre o esclavo, que hiciere armas contra los blancos, justificada que fuere su agresión, si es esclavo tendrá pena de la vida, y si libre, se le cortará la mano derecha por el verdugo, pero si resultase herida, será fusilado.

 

—Artículo tercero: Si un individuo de raza africana, sea libre o esclavo, insultare de palabra, maltratare o amenazare con palo, piedra o en otra forma que muestre su ánimo deliberado de ofender a la gente blanca en su persona, será el agresor condenado a cinco años de presidio si fuera esclavo, y si libre, en la pena que a las circunstancias del hecho corresponda.

 

—Artículo cuarto: Los dueños de esclavos quedan autorizados por este bando para corregir y castigar a éstos por las faltas leves que cometieren, sin que funcionario alguno, sea militar o civil, se entremeta a conocer del hecho, porque sólo a mi autoridad competirá, en caso necesario, juzgar la conducta de los señores respecto a sus esclavos.

 

—Artículo quinto: Si, aunque no es de esperar, algún esclavo se sublevare contra su señor y dueño, queda éste facultado para darle muerte en el acto, a fin de evitar con este castigo justo e imponente que los demás sigan su ejemplo.

 

—Artículo sexto: A los comandantes militares de los ocho departamentos de la isla corresponderá formar las primeras diligencias para averiguar los delitos que cometan los individuos de raza africana contra la seguridad pública o contra las personas y las cosas, procurando que el procedimiento sea tan sumario y breve que jamás exceda del improrrogable plazo de veinticuatro horas. Instruido el sumario, lo dirigirán a mi autoridad por el inmediato correo, a fin de dictar en su vista la sentencia que corresponda, al tenor de las penas establecidas en este bando.

 

—Y para que llegue a noticia de todos los habitantes…

 

 

Laudosos murmullos. El cristobalón ceceaba:

 

—Señores, este documento pone de manifiesto que no es un demagogo el heroico General Prim. ¿Pero sabemos hasta dónde puede arrastrarle un pacto con los partidos avanzados? Y llego, señores, a puntualizar lo que he llamado insinuaciones del General Prim. Repetidas veces, refiriéndose a la revolución, me afirmó su deseo de que fuese exclusivamente militar, porque el pueblo la llevaría demasiado lejos. Se mostró pesaroso de verse obligado a conspirar unido a los republicanos, y llegó a significarme la responsabilidad que contraían los elementos de orden no colaborando en la revolución. Aludió directamente a la campaña antiesclavista de los demócratas, y al compromiso que podía significarle. Yo, señores, he creído entender que si en estos momentos iniciásemos una aproximación, nuestros intereses no sufrirían el menor vejamen por la futura política antillana del General Prim. La ayuda que se nos pide, no es necesario decir cuál puede ser, pero no olvidemos que el sacrificio de hoy es una letra con próximo vencimiento.

 

El Marqués de Buen mecía la cabeza con pausada suspicacia:

 

—No somos, los aquí presentes, los únicos interesados en mantener y consolidar las valoraciones del capital antillano. Hay otros que, igualmente, deben sacrificarse. Algunos, probablemente, lo rehusarían. Yo, por mi parte, creo prudente seguir el norte señalado por el amigo Vallín. Pero al contribuir con nuestro numerario pidamos garantías contra el utopismo de las democracias españolas. ¿El General Prim está dispuesto a darlas? En ese caso, nuestra colaboración entiendo que no debe serle negada.

 

Don José María Calvo, Don Jerónimo López Cué, Don Francisco Xavier de Miranda, Don Carlos Argüelles, Don Francisco Ponce, Don Gil Alonso y Don José Zulueta estuvieron de acuerdo, y el cristobalón obtuvo muchas felicitaciones por su negociación diplomática con el Conde de Reus. Convinieron en volver a reunirse para allegar fondos, y se despidieron…

 

 

 

 

[ Fragmento de: Ramón María del Valle-Inclán. “Viva mi Dueño” ]

 

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