jueves, 11 de julio de 2024

 

[ 606 ]

 

CONTRAHISTORIA DEL LIBERALISMO

 

Domenico Losurdo

 

(…)

 

 

 

capítulo tercero

 

LOS SIERVOS BLANCOS ENTRE

METRÓPOLI Y COLONIAS:

LA SOCIEDAD PROTO-LIBERAL

 

 

 

4. EL SIERVO COMO SOLDADO

 

Como vemos, es el propio Bentham quien compara la condición del recluido en las casas de trabajo con la del soldado. Pero conviene dar un paso atrás. Durante el tiempo de su permanencia en Londres, al ser puesto en dificultades por sus interlocutores ingleses, que se burlan de la bandera de la libertad agitada por los colonos a menudo propietarios de esclavos, Franklin replica evidenciando, entre otras cosas, la persistencia en Inglaterra de relaciones esclavistas incluso en el ámbito de las fuerzas armadas. La referencia es sobre todo a la marina. Demos la palabra a los historiadores de nuestros días: «Los marineros eran tan mal pagados, mal alimentados y maltratados, que era imposible reclutar tripulaciones mediante el enrolamiento voluntario». Muchos trataban por todos los medios de huir de esta especie de secuestro, pero Gran Bretaña les daba caza sin titubear para ello en bloquear las naves americanas y capturar por la fuerza de las armas a los desertores, incluidos aquellos que en el ínterin se habían convertido en ciudadanos estadounidenses. Era necesario recurrir a métodos drásticos para asegurar el funcionamiento de «más de 700 naves de guerra con cerca de 150.000 hombres». Y he aquí a Calhoun denunciando también, como ya lo había hecho Franklin, la «esclavitud» de los «marineros enrolados forzosamente».

 

 

Se trataba de un motivo bastante difundido en la prensa de la época: en la propia Inglaterra, los defensores de la esclavitud subrayaban la analogía entre esta institución y el enrolamiento forzoso en la marina: una y otra práctica estaban justificadas por circunstancias excepcionales, es decir, por la necesidad de mantener respectivamente las colonias y la marina militar; en la vertiente opuesta, el abolicionista Sharp condenaba ambas prácticas. Por su parte, William Wilberforce quería establecer diferencias, y era acusado de hipocresía por sus adversarios: el pastor pío se conmovía con los esclavos negros, pero era indiferente a los sufrimientos no menos graves soportados por esa suerte de esclavos blancos en los que se fundaba la potencia militar y la gloria del imperio británico. El argumento no era nada insignificante: los marineros eran «reclutados por la fuerza en las calles de Londres y Liverpool» y a nivel popular no había institución más odiada que la pressgang, el enrolamiento forzoso. A qué condiciones eran después sometidos, se puede deducir fácilmente de la comparación indirecta que Locke hace entre el poder del «capitán de una galera» y el ejercido por el «señor sobre los esclavos». La captura de los marineros en los barrios populares tenía algunos puntos en común con la captura de los negros en África.

 

 

Por otra parte, no se trataba solo de la marina. Una estudiosa contemporánea sintetiza así la condición de estos «reclusos de uniforme» (militar) que eran en realidad los soldados llamados a defender en cualquier lugar del mundo un imperio en rápida expansión:

 

 

«Eran embarcados y transportados a países lejanos a menudo en condiciones repugnantes y a veces en contra de su voluntad. Podían ser separados durante decenas de años y con frecuencia para siempre de sus familias, de sus mujeres y de su cultura de origen. Si eran juzgados como desobedientes o rebeldes, eran fácilmente condenados. Si resultaban condenados por haberse dado a la fuga podían sufrir la pena capital; pero si permanecían en su puesto y obedecían las órdenes, de todas formas era probable que murieran de muerte prematura».

 

 

Por lo demás, es significativo de qué manera Locke describe la «práctica corriente en la disciplina militar»:

 

 

«La conservación del ejército y, con él, del Estado en su conjunto exige obediencia absoluta a las órdenes de todo oficial superior, y desobedecer o discutir incluso la más irracional significa justamente la muerte. Sin embargo, vemos que ni el sargento, que puede ordenar a un soldado que marche hacia la boca de un cañón o que permanezca en una brecha donde es casi seguro que muera, puede ordenar a ese soldado que le dé un solo céntimo suyo; ni el general, que puede condenarlo por deserción o por no haber seguido las órdenes más desesperadas, con todo su absoluto poder de vida y de muerte, puede disponer de un solo céntimo de la propiedad de ese soldado o apoderarse de una pizca de sus bienes; y esto es así, incluso pudiéndole ordenar cualquier cosa y pudiéndolo ahorcar por la mínima desobediencia»

 

 

Sobre todo, da qué pensar el «absoluto poder de vida y de muerte» que el oficial ejerce sobre sus subordinados. Es la expresión de la que Locke se sirve comúnmente para definir la esencia de la esclavitud. ¿Se trata de una amplificación retórica? Ya en Grozio hallamos la observación por la cual la condición del esclavo no es muy distinta de la condición del soldado. Pero, concentrémonos en la Inglaterra liberal. La tasa de mortalidad de los soldados en ruta hacia la India es comparable a la que golpeaba a los esclavos negros en el curso de su traslado de una costa a otra del Atlántico. Por otro lado, los soldados ingleses eran sometidos al castigo tradicionalmente reservado a los esclavos, es decir, el látigo, y de manera paradójica continuaron siendo sometidos a él incluso cuando esta disciplina había sido abolida para las tropas indias.

 

 

En el ejército, las relaciones de poder reproducen las existentes en la sociedad. La figura del soldado tiende a coincidir con la del siervo. A inicios del siglo XVIII Defoe observa: «Cualquier hombre tendría que desear llevar un mosquete antes que morir de hambre […]. Es la pobreza la que convierte a los hombres en soldados, la que conduce a las multitudes a los ejércitos». A finales de siglo Townsend reafirma que solo «la indigencia y la pobreza» pueden empujar «a las clases inferiores del pueblo a ir hacia todos los horrores que le esperan en el océano tempestuoso o en el campo de batalla». O bien, para decirlo esta vez con Mandeville, «la dureza y las fatigas de la guerra, aquellas que se soportan personalmente, recaen sobre aquellos que soportan todas las cosas», es decir, sobre los siervos habituados a trabajar y a sufrir «de manera similar a los esclavos». En la vertiente opuesta, la figura del oficial tiende a coincidir con la del señor, y declarado, e incluso ostentoso, es el desprecio que los oficiales-señores sienten por su tropa: esta —se lamentaba un soldado simple— era

 

«como la clase más ínfima de animales, digna solo de ser gobernada con el vergajo»,

 

es decir, con el látigo capaz de infligir los castigos más sádicos, aquellos habitualmente reservadas a los esclavos desobedientes…

 

(continuará)

 

 

 

 

 

[ Fragmento de: Domenico Losurdo. “Contrahistoria del liberalismo” ]

 

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