lunes, 29 de julio de 2024

 

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HISTORIA SOCIAL DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ( X )

 

Carlos Blanco Aguinaga,

Julio Rodríguez Puértolas,

Iris M. Zavala.

 

 

 

 

I

EDAD MEDIA

 

LA CRISIS DEL SIGLO XIV

 

 

 

 (...)

 

 

 

LA DEMOCRACIA DE ULTRATUMBA: «DANZA DE LA MUERTE»

 

En la época calificada poéticamente de Otoño de la Edad Media domina la obsesión por la muerte, como sucede ya por ejemplo y de forma muy significativa en el Libro de Buen Amor. En las predicaciones, en el arte y en la literatura, los temas del ubi sunt, de putredine cadaverum y memento mori, dominan, con su horror, la imaginación creadora. La iglesia de los Inocentes de París constituye un caso bien conocido: además de sus famosas pinturas y esculturas fúnebres, en el claustro y en urnas visibles a la curiosidad de todos, se conservaban calaveras y huesos que recordaban con su ominosa presencia el destino que esperaba a quienes los contemplaban. Correlato de tales obsesiones es la creencia en la Asunción de la Virgen, exenta así del final de los demás humanos.

 

 

Recogiendo todos los elementos mencionados surgen las danzas de la muerte, de las que la Danse Macabre francesa parece ser la primera. La Muerte invita a un siniestro baile a todos los nacidos, desde papas y emperadores hasta campesinos miserables. Parece clara la conexión del tema con los estragos causados por la Peste Negra en Europa, pero también es asimismo clara la intencionalidad social de estos poemas (y sus versiones pictóricas). El contraste entre la actitud de los viejos tiempos medievales ante la muerte –serenidad, aceptación cristiana– y la de la Baja Edad Media –insistencia en lo macabro y en el horror, en la desaparición de lo humano–, no puede ser más significativo. Por otro lado, en las danzas macabras, los invitados al baile se resisten desesperadamente a aceptarlo, es decir, a morir, y la Muerte delimitará con delectación los vicios e inmoralidades de tipo social de todos y cada uno de los personajes. Una delectación que sin asomo de duda puede calificarse de crítica social coherente y seria.

 

Se ha hablado del sentimiento «democrático» de las danzas; en la versión catalana, por ejemplo, se dice que «la mort no guarda dret ni Beis». Mas es preciso andar con cierto cuidado. Las danzas de la muerte ofrecen, es obvio, un ataque contra los poderosos en tonos muy violentos, una visión de la sociedad que a veces ha llegado también a ser calificada de «revolucionaria». Pero «democratismo» y «revolucionarismo» funcionan únicamente a posteriori: todos los seres humanos son, en efecto, iguales, pero sólo en el momento de morir; las injusticias y explotaciones a que son sometidos los de abajo son castigadas, pero no en este mundo, sino en el más allá. El cristianismo medieval, en efecto, implicado económica, social y políticamente primero en el sistema feudal y después en el pre-capitalista, se negó a colaborar en la transformación social de este mundo –ya agudamente sentida como una necesidad–, relegando toda «solución» a la vida eterna después de la muerte. El sistema sigue en pie; si bien la insatisfacción se manifiesta sin ambages, la solución sigue estando lejos de las posibilidades del hombre. La Edad Media está en crisis, pero la organización social es aún lo suficientemente fuerte como para que estos poemas la presenten como incambiable. La teoría del derecho divino no ha perdido aún su validez.

 

Comenzando por lo más alto de la pirámide social, y emparejando cuidadosamente eclesiásticos y civiles, las danzas de la muerte revisan las categorías del sistema feudal. La Danza de la Muerte castellana añade tres tipos más que reflejan la realidad peninsular: el rabino, el alfaquí y el santero. Los religiosos aparecen con sus simonías, intrigas, riquezas, intervenciones en la política, avaricia, ociosidad. He aquí lo que dice el Obispo, por ejemplo:

 

Mis manos aprieto, de mis ojos lloro,

porque soy venido a tanta tristura;

yo era abastado de plata y de oro,

de nobles palacios e mucha folgura:

agora la muerte con su mano dura

tráeme en su danza medrosa sobejo...

 

[ «Aprieto mis manos, lloro con mis ojos, / porque he caído en tristeza tal; /  yo tenía mucha plata y oro, /  grandes palacios y gran holganza: / ahora, la muerte con su mano cruel / me lleva sin remedio a su danza terrible... » ]

 

 

Los seglares poderosos son acusados de tiranos, avaros, opresores y explotadores:

 

Rey fuerte, tirano, que siempre robastes

todo vuestro reino e fenchistes el arca,

de fazer justicia muy poco curastes,

según es notorio por vuestra comarca:

venid para mí, que yo só monarca

que prenderé a vos e a otro más alto...

 

[ «Rey violento, tirano, que siempre robaste /  todo tu reino y llenaste tus arcas, /  poco te preocupaste de hacer justicia, /  según se sabe en tu país: /  ven conmigo, que yo soy monarca /  que acabaré contigo y aun con otro más alto que tú...» ]

 

A partir de la Danza de la Muerte las sátiras sociales serán cada vez más violentas, como veremos al tratar del siglo XV; su influencia será todavía bien visible en la literatura erasmista del XVI.

 

La versión castellana corresponde al reinado de Enrique III (1.393-1406). La realidad histórica y el texto coinciden en muchos puntos. Los altos eclesiásticos participan activamente en las luchas políticas, y como dice la crónica de dicho rey, «de aquí se comenzó mucho a desgastar e desordenar el Regno». En el orden civil, si el poema insiste en el tema de los impuestos excesivos, no es sólo porque utilice un tópico de la época; fue precisamente Enrique III quien impuso una de las exacciones más odiadas, la llamada «alcabala veintena». De este modo, con su gran contradicción entre análisis de una situación crítica y remisión de las soluciones al más allá, la Danza de la Muerte sirve de nexo entre una época y otra, gráfica y concisa enciclopedia de la crítica social hasta el mismo siglo XVI…

 

(continuará)

 

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