LENIN
la coherencia de su pensamiento
György Lukács
( 12 )
Capítulo 5
EL ESTADO COMO ARMA
(…) Porque por mucho que un dominio de clase se base en última instancia en la fuerza, no hay dominio de clase que pueda sostenerse a la larga exclusivamente por la violencia. Ya Talleyrand decía que "con las bayonetas es posible hacerlo todo, salvo sentarse sobre ellas". Todo dominio de una minoría está organizado socialmente de tal manera que concentra a la clase dominante, preparándola para una acción unificada y coherente, en tanto que desorganiza y fragmenta a las clases oprimidas.
En el caso del dominio minoritario de la burguesía moderna hay que tener siempre presente que la gran mayoría de la población no pertenece a ninguna de las clases decisivas en la lucha de clases, ni al proletariado ni a la burguesía; y que, en consecuencia, a la democracia pura le corresponde la tarea social y clasista de salvaguardar a la burguesía en la dirección de estas capas intermedias. (A lo que, por supuesto, corresponde también la desorganización ideológica del proletariado. Cuanto más antigua es la democracia de un país, cuanto más puramente se ha desarrollado, tanto mayor es esta desorganización ideológica, como puede verse de la manera más clara en Inglaterra y Estados Unidos).
Es evidente, de todos modos, que una democracia política de este tipo no es suficiente para estos fines. No es sino la culminación política de un sistema social cuyos restantes elementos son: la separación ideológica entre la economía y la política, la creación de un aparato estatal burocrático, que motiva que a grandes sectores de la pequeña burguesía les interese moral y materialmente la solidez del Estado, el sistema de partidos burgueses, la prensa, la escuela, la religión, etcétera.
Elementos que -dentro de una división más o menos consciente del trabajo- persiguen un mismo fin: evitar que surja entre las clases explotadas una ideología que exprese sus intereses específicos, vincular a los miembros de estas clases, en su condición de individuos aislados, es decir, como simples "ciudadanos", etc., a un Estado abstracto - situado por encima y mas allá de las clases-, desorganizar, en fin, estas clases como tales clases, reduciendo a sus miembros a átomos fácilmente manejables por la burguesía.
La conciencia de que los consejos (consejos de obreros y de campesinos y de soldados) constituyen el poder estatal del proletariado no es sino la tentativa, por parte del proletariado, de trabajar, como clase rectora de la revolución, contra este proceso de desorganización. El proletariado debe empezar por constituirse a sí mismo como clase. Pero ha de organizar también paralelamente a los elementos más vitales de las capas intermedias, que se revuelven instintivamente contra el dominio de la burguesía, preparándolos para la acción. Al mismo tiempo, sin embargo, es preciso quebrantar la influencia material e ideológica de la burguesía sobre los restantes sectores de estas clases.
Oportunistas más inteligentes, como por ejemplo, Otto Bauer, han percibido también que el sentido social de la dictadura del proletariado, de la dictadura de los consejos, radica esencialmente en arrancar de modo radical a la burguesía la posibilidad de una dirección ideológica de estas clases, de los campesinos sobre todo, asegurando este papel rector -durante el período de transición- para el proletariado. Aplastar a la burguesía, destruir su aparato estatal, acabar con su prensa, etc., son necesidades vitales para la revolución proletaria, porque la burguesía, después de sus primeras derrotas en la lucha por el dominio del Estado, no renuncia en absoluto a la recuperación de su papel rector en lo económico y en lo político, y sigue siendo durante mucho tiempo - incluso en el contexto de una lucha de clases llevada a cabo en unas condiciones diferentes- la clase más poderosa.
El proletariado prosigue, pues, con la ayuda del sistema estatal de consejos (es decir, del sistema "soviético") la lucha que antes había llevado contra el poder estatal capitalista. Tiene que aniquilar económicamente a la burguesía, aislarla políticamente, someterla y acabar ideológicamente con ella. Y tiene, al mismo tiempo, que llegar a ser para todas las otras capas de la sociedad a las que el proletariado arranca de su servidumbre respecto de la burguesía, un guía en el camino de su libertad. Es decir, que no basta que el proletariado luche objetivamente por los intereses de los otros sectores explotados.
Su forma estatal ha de servir también para superar la apatía y fragmentación de estas capas, educándolas de nuevo, educándolas con vistas a la acción, con vistas a su autónoma participación en la vida del Estado. Una de las funciones más importantes del sistema soviético es la de vincular entre si todos aquellos elementos de la vida social que el capitalismo desgarra. Y es allí donde este desgarramiento está únicamente presente en la conciencia de las clases oprimidas, debe revelar a éstas la vinculación existente entre estos elementos.
El sistema soviético une, por ejemplo, inextricablemente política y economía; de este modo vincula la existencia humana inmediata, con sus inmediatos intereses cotidianos, etc., a los problemas esenciales de la totalidad. En la realidad objetiva reestablece asimismo la unidad allí donde los intereses clasistas de la burguesía imponían la "división del trabajo", la unidad, sobre todo, entre el "aparato del poder" (ejército, policía, administración, justicia, etc.) y el "pueblo". Los campesinos armados y los obreros son, como tal poder estatal, producto de la lucha de los consejos y supuesto previo de su existencia.
El sistema soviético procura vincular siempre la actividad de los hombres a los problemas generales del Estado, de la economía, de la cultura, etc., luchando al mismo tiempo para que la administración de todos estos problemas no llegue a ser el privilegio de una capa burocrática cerrada y aislada del conjunto de la vida social. Al devenir así consciente la sociedad entera de la interrelación real de todos los factores de la vida social (y al unificar objetivamente en un estadio ulterior lo que hoy está objetivamente disociado -la ciudad y el campo, por ejemplo, el trabajo intelectual y el manual, etcétera-) el sistema soviético se convierte en un factor decisivo en la organización del proletariado como clase.
Lo que en el proletariado de la sociedad capitalista no pasaba de ser una posibilidad, alcanza aquí existencia real; la auténtica energía productiva del proletariado únicamente puede despertarse en toda su plenitud después de la toma del poder estatal. Y lo que vale para el proletariado, vale también para las otras capas oprimidas de la sociedad burguesa.
Tampoco éstas pueden desarrollarse realmente sino en este contexto, por más que también en este orden estatal salgan siendo dirigidas. Aunque, como es obvio, ser dirigidas en el capitalismo les suponía no poder vislumbrar su descomposición social y económica, su opresión y su explotación. Ahora, por el contrario -dirigidas por el proletariado- no solamente pueden vivir más de acuerdo con sus propios intereses, sino que se benefician también del desarrollo de unas energías que hasta ese momento hablan permanecido ocultas y atrofiadas. Estos sectores son dirigidos, tan sólo en la medida en que el contexto y la orientación de este desarrollo están determinados por el proletariado, clase dirigente de la revolución.
Ser dirigidas tiene, pues, para las capas intermedias no proletarias, un sentido material muy distinto según ello ocurra en el Estado proletario o en la sociedad burguesa. Pero existe también una diferencia formal no desdeñable debida al hecho de ser el Estado proletario el primer Estado de clase de la historia que confiesa abiertamente, sin tapujos, que es tal Estado de clase, es decir, un aparato de opresión, un instrumento de la lucha de clases.
Esta franqueza, esta falta de disimulo es lo que hace posible un verdadero entendimiento entre el proletariado y otros sectores de la sociedad. Pero, sobre todo, es un medio muy importante para la autoeducación del proletariado. Porque así como fue de la mayor importancia despertar en el proletariado la conciencia de que la fase de las luchas revolucionarias había llegado ya, de que la lucha por el poder estatal y por la dirección de la sociedad había ya estallado, no sería menos peligroso que esta verdad se volviera rígida por falta de espíritu dialéctico.
Seria, efectivamente, muy peligroso que el proletariado, al liberarse de la ideología del pacifismo en la lucha de clases y al comprender la importancia histórica y el carácter inevitable de la fuerza, llegara ahora a hacerse a la idea de que la violencia ayuda a solucionar todos los problemas del dominio del proletariado en todas las circunstancias. Pero más peligroso seria aún que el proletariado llegara a creer que la lucha de clases termina con la conquista del poder estatal o, por lo menos, se apacigua al producirse ésta.
El proletariado debe comprender que la conquista del poder estatal no pasa de ser una fase de esta lucha. Una vez tomado el poder estatal la lucha aún prosigue en toda su violencia, y no cabe afirmar en modo alguno que las relaciones de fuerza se han desplazado ya decisivamente en favor del proletariado. Lenin repite incansablemente que la burguesía sigue siendo la clase más poderosa aún una vez instaurada ya la república soviética, aún una vez expropiada ya económicamente y aun incluso una vez oprimida ya políticamente. Pero las relaciones de fuerzas se han desplazado efectivamente en la medida en que el proletariado ha conquistado una nueva y poderosa arma para su lucha de clases: el estado.
Qué duda cabe: el valor de esta arma, su capacidad de disolución, aislamiento y destrucción de la burguesía, su capacidad para ganar y educar a los otros sectores de la sociedad, asociándolos al Estado de los obreros y campesinos, su capacidad, en fin, para organizar al proletariado mismo y convertirlo realmente en clase dirigente, todo ello no se adquiere, desde luego, automáticamente por la simple conquista del poder estatal, ni se desarrolla forzosamente el Estado como medio de lucha a partir del simple acto de la conquista del poder del Estado. El valor del Estado como arma del proletariado depende de lo que el proletariado sea capaz de hacer con él.
La actualidad de la revolución se expresa en la actualidad del problema del Estado para el proletariado. Lo cual plantea al mismo tiempo el problema del socialismo, que en vez de una perspectiva lejana, de un objetivo final se convierte en un problema de inmediata actualidad para el proletariado. Esta proximidad tangible de la realización del socialismo se ha convertido nuevamente en una relación dialéctica, y podría ser funesto para el proletariado que esta proximidad del socialismo fuera interpretada de manera utópica y mecanicista, es decir, como si fuera su realización misma, lograda por la simple conquista del poder (expropiación de los capitalistas, socialización, etcétera).
Marx ha analizado con extrema perspicacia el tránsito del capitalismo al socialismo, indicando las múltiples formas estructurales burguesas que - no pueden ser sino lentamente eliminadas y a través de una larga y costosa evolución. Lenin traza asimismo con nitidez extrema la línea divisoria respecto de la utopía. "Ningún comunista ha discutido, según creo -nos dice- que la expresión "república socialista soviética" expresa la determinación del poder soviético de realizar el tránsito al socialismo y en absoluto cualquier posible aceptación de las condiciones económicas dadas como ya socialistas". La actualidad de la revolución significa, pues, la conversión del socialismo en el punto central del orden del día para el movimiento obrero. Pero tan sólo en el sentido de que debe luchar día tras día por la realización de sus supuestos previos y que tan sólo algunas medidas concretas del día representan ya pasos concretos en el camino de su realización.
El oportunismo revela precisamente en este punto, en su crítica de la relación entre soviets y socialismo que se ha pasado definitivamente al campo de la burguesía, que se ha convertido en un enemigo de clase del proletariado. Porque por un lado considera todas las aparentes concesiones que una burguesía momentáneamente asustada y desorganizada ha hecho al proletariado (con la intención de revocarlas tan pronto como le sea posible) como pasos efectivos hacia el socialismo. (Piénsese en las "comisiones de socialización" organizadas en Alemania y Austria en 1918-19 y hace ya mucho tiempo liquidadas). Por otro denigra a la república soviética por no haber dado vida inmediata al socialismo y por hacer, bajo formas proletarias y bajo dirección asimismo proletaria, una revolución burguesa simplemente. ("Rusia como república de campesinos", "Nueva implantación del capitalismo", etc.).
En ambos casos se ve claramente que para el oportunismo de toda laya el verdadero enemigo, el enemigo que debe ser realmente combatido es la revolución proletaria misma. Lo que, en realidad, no es sino la consecuente prolongación de su toma de posición respecto de la guerra imperialista. Al tratar Lenin a los oportunistas en la república soviética como enemigos de la clase obrera tampoco hace, a su vez, sino proseguir consecuentemente su crítica del oportunismo de antes y de durante la guerra. El oportunismo forma parte también de la burguesía, cuyo aparato moral y material debe ser destruido y cuya estructura debe ser desorganizada por la dictadura, con el fin de evitar que su influencia se extienda a aquellos sectores de clase cuya objetiva situación de clase coadyuva a su inestabilidad.
Lo que agudiza al máximo esta lucha, convirtiéndola en mucho más encarnizada de lo que era en la época, por ejemplo, de la polémica suscitada por Bernstein es, precisamente, la actualidad del socialismo. El Estado, como arma del proletariado para la lucha por el socialismo y para el sometimiento de la burguesía es, al mismo tiempo, un arma para acabar con el peligro oportunista, un peligro que acecha a la lucha de clases protagonizada por el proletariado y que debe proseguir con igual violencia en la dictadura…
(continuará)
[Fragmento de: LUKÁCS. “LENIN la coherencia de su pensamiento”]
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