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CONTRAHISTORIA DEL LIBERALISMO
Domenico Losurdo
(…)
capítulo quinto
LA REVOLUCIÓN EN FRANCIA Y EN SANTO DOMINGO,
LA CRISIS DE LOS MODELOS INGLÉS Y NORTEAMERICANO
Y LA FORMACIÓN DEL RADICALISMO EN LAS DOS RIBERAS DEL ATLÁNTICO
Simón Bolívar
EL INICIO LIBERAL DE LA REVOLUCIÓN EN AMÉRICA LATINA Y SU RESULTADO RADICAL
Tanto en la metrópoli como en las colonias la revolución francesa experimenta una transformación en sentido radical. Para aclarar posteriormente tal proceso, podemos partir de las definiciones que un exponente suyo ofrece de la «verdadera libertad» que él aprecia, en el curso de la lucha contra el absolutismo Estuardo, en los inicios del movimiento liberal inglés: «En virtud de cierta ley nosotros sabemos que nuestras esposas, nuestros hijos, nuestros siervos, nuestros bienes nos pertenecen [are our own], que nosotros edificamos, aramos, sembramos y recogemos para nosotros mismos[524]». Pero ha sucedido que «nuestros siervos» no han sufrido pasivamente que se les considere a «nuestros bienes» y, en contraposición a la «verdadera libertad» que aprecia el ya citado exponente del proto-liberalismo inglés, han reivindicado una libertad del todo distinta, que exigía la intervención del poder político, a fin de liquidar la servidumbre en sus diversas formas y promover de alguna manera la emancipación de las clases subalternas. Esto es lo que ocurre en Francia, gracias también al contexto históricamente favorable ya analizado. En la metrópoli, al primer inicio liberal de la revolución le sigue inmediatamente la revuelta de los siervos en los campos (que trajo el fin del sistema feudal, sellado la noche del 4 de agosto de 1789) y, a continuación, la agitación de las masas populares urbanas. El segundo inicio liberal, que debería consagrar el autogobierno de los dueños de esclavos, termina por estimular la revolución de los propios esclavos. Estos consiguen la emancipación y, más tarde, logran bloquear la terrible maquinaria de guerra de la Francia napoleónica.
Una dialéctica análoga se manifiesta en América Latina. Inicialmente, el movimiento independentista y la revolución se configuran como una reacción a las reformas de la Corona española, que «derriban la vieja política de segregación de los indios y los estimulan a integrarse proponiéndoles que hablen español y se vistan a la europea». Tales medidas de integración no tardan en suscitar la hostilidad de la elite criolla. Esta se proclama y en realidad es liberal, lee a Locke, a Montesquieu, a Adam Smith, en ocasiones trata de establecer relaciones con Jefferson, protesta contra las interferencias del gobierno central y contra los obstáculos interpuestos por este al desarrollo de la industria local y aspira a seguir el ejemplo de la revolución norteamericana. Así como para los colonos ingleses en el Norte, para los criollos latinoamericanos en el Sur el esclavo tampoco tiene relación con la esfera pública, en cuanto propiedad privada de los dueños de plantaciones; en los distintos manifiestos que señalan el inicio de la guerra de independencia contra España, no hay toma de posición alguna a favor de la abolición de la esclavitud.
Por otra parte, al igual que los colonos ingleses habían rechazado con indignación el intento de Londres por bloquear su expansión más allá de los Allegheny y habían proclamado orgullosamente que no deseaban ser tratados como si fueran negros, de manera análoga, los criollos latinoamericanos reivindican su igualdad respecto a la clase dirigente de la península y su superioridad respecto a los indios y, obviamente, a los esclavos traídos de África. Por eso le recuerdan a Madrid que ellos son los descendientes de los conquistadores y, en última instancia, los artífices de la grandeza del imperio español. Esto nos lleva a pensar en Franklin, quien en el curso de la polémica contra el gobierno de Londres, había subrayado los méritos adquiridos por los colonos norteamericanos, «poniendo en juego su propia vida y su propia fortuna, ocupando y colonizando nuevos territorios, extendiendo el dominio y aumentando el comercio de la madre patria», acrecentando la gloria, «la grandeza y la estabilidad del Imperio británico».
Pero las dos vías no tardan en divergir de manera clara. El hecho es que, en la América española, junto a la revolución criolla y en contraste con ella, se desarrolla una revolución india. Más bien esta última se deja sentir varios decenios antes, como lo demuestra la serie de sublevaciones que culminaron en 1780-81, con la revuelta de Túpac Amaru, quien trata de ganar a los negros para su causa, liberándolos también a ellos de las garras de la esclavitud. Los criollos, por el contrario, se rebelan al principio con palabras de orden liberal: reivindican el autogobierno; al criticar las interferencias del poder central, aspiran también, como ya lo habían hecho los colonos norteamericanos, a reforzar el control ejercido sobre las poblaciones nativas y sobre los negros. Es precisamente este proyecto político lo que constituye el blanco principal de la lucha de los indios latinoamericanos. Su revolución hace pensar, si acaso, en la que más tarde estalla en Santo Domingo y que desemboca en la formación de un nuevo país: Haití.
No cabe duda: es precisamente Santo Domingo-Haití el que imprime un vuelco decisivo al movimiento de independencia criollo. Con el fin de derrotar la encarnizada resistencia de las tropas españolas, Simón Bolívar trata de obtener el apoyo de los ex esclavos rebeldes del Estado caribeño, a donde se traslada personalmente. En ese momento el presidente es Alexandre Pétion, quien recibe de inmediato al revolucionario latinoamericano: le promete la ayuda solicitada a condición de que libere a los esclavos en las regiones que vaya liberando del dominio español. Superando los límites de clase y de casta del grupo social a que pertenece y dando pruebas de coraje intelectual y político, Bolívar acepta: desde la isla parten siete naves, 6000 hombres con armas y municiones, una máquina de imprenta, numerosos consejeros. Es el inicio de la abolición de la esclavitud en buena parte de América Latina.
Bolívar se inicia como liberal, remitiéndose a Montesquieu, subrayando la necesidad de «una Constitución liberal» y de «acciones eminentemente liberales», que deben sancionar «los derechos del hombre, la libertad de actuar, de pensar, de hablar y de escribir», además de la «la división y el equilibrio de los poderes, la libertad civil, de conciencia, de prensa», en suma, «todo lo que hay de sublime en la política»; pondera la «Constitución británica» y, sobre todo, la norteamericana, la «más perfecta de las Constituciones». Sin embargo, cuando reivindica no solo la libertad, sino la «libertad absoluta de los esclavos», de hecho Bolívar se distancia de los Estados Unidos donde, incluso en el Norte, los negros están recluidos en una casta que no es la de los hombres realmente libres. Y este distanciamiento de la república norteamericana es confirmado por una ulterior observación, según la cual «es imposible ser libres y esclavos al mismo tiempo». Pero sobre todo, resulta significativo otro elemento: la revolución de los esclavos desde abajo —que en los Estados Unidos constituía una pesadilla generalizada— pasa a ser ahora objeto de alabanza explícita. Bolívar no solo se remite a la «historia de los ilotas, de Espartaco y de Haití», sino que al hacerlo, define la identidad venezolana y latinoamericana de una manera, sobre la que vale la pena reflexionar:
«Tengamos presente que nuestro pueblo no es ni europeo ni norteamericano; más bien es una expresión de Europa, es una mezcla de África y de América, porque la propia España deja de ser europea por su sangre africana, sus instituciones y su carácter. Es imposible determinar exactamente a qué familia humana pertenecemos. La mayor parte de los indígenas ha sido aniquilada, los europeos se han mezclado con los americanos y los africanos, y estos con los indios y los europeos. Nacidos todos del seno de una misma Madre, nuestros padres, distintos por su origen y por su sangre, son extraños los unos a los otros y todos difieren visiblemente por el color de la piel. Tal diversidad comporta una consecuencia de máxima importancia. Los ciudadanos de Venezuela gozan todos, gracias a la Constitución, intérprete de la Naturaleza, de una perfecta igualdad política».
Los países que se constituyen a partir de la lucha de independencia contra el gobierno de Madrid, adquieren así una identidad política, social y étnica caracterizada por la contaminación negra e india y, por tanto, bien distinta de la identidad estadounidense. Si bien los colonos norteamericanos se identifican con el pueblo elegido que cruza el Atlántico en pos de la conquista de la tierra prometida que hay que arrebatar a sus habitantes ilegales y limpiar de su presencia, los revolucionarios latinoamericanos, también en el curso de la polémica contra España, tienden a denunciar las prácticas genocidas de los conquistadores españoles en particular y de los europeos en general. Por otra parte, también en este punto habían señalado el camino los esclavos negros de Santo Domingo, que tras haber roto con la Francia napoleónica y haber develado los intentos de reconquista y de reintroducción de la esclavitud de esta, había asumido el nombre de Haití. En Bolívar la miscegenation—la contaminación que es denunciada en los Estados Unidos y, en ocasiones con particular fervor, por los propios ambientes abolicionistas— se convierte en un proyecto político que rechaza toda discriminación racial, y un elemento esencial de una identidad nueva y orgullosa de sí misma. Pero, precisamente a causa de su carácter radical, este proyecto tendrá que afrontar dificultades casi insuperables. Gracias a la homogeneidad político-social (reforzada por la disponibilidad de tierra y por la expansión hacia el Oeste) de su clase dominante y gracias también a la reclusión de buena parte de las «clases peligrosas» en el ámbito de la esclavitud, la república norteamericana logra conquistar rápidamente un sistema estable: se configura como una «democracia para el pueblo de los señores» y como un Estado racial, fundados sin embargo en el gobierno de la ley en el ámbito de la comunidad blanca y del pueblo elegido. Bien distinta es la situación en América Latina: entre inicios liberales y resultados radicales, la revolución ha abierto un frente atravesado por profundas contradicciones sociales y étnicas. Se enfrentan también dos ideas de libertad contrapuestas: una hace pensar en el gentilhombre inglés decidido a disponer libremente de sus siervos; la otra remite, en última instancia, a la lucha que en Santo Domingo-Haití había puesto fin a la esclavitud de los negros…
(continuará)
[ Fragmento: Domenico Losurdo. “Contrahistoria del liberalismo” ]
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