viernes, 6 de junio de 2025



[ 787 ]

 

 

 

CONTRAHISTORIA DEL LIBERALISMO

 

Domenico Losurdo

 

(…)

 

 

 

capítulo quinto

 

 

LA REVOLUCIÓN EN FRANCIA Y EN SANTO DOMINGO,

LA CRISIS DE LOS MODELOS INGLÉS Y NORTEAMERICANO

Y LA FORMACIÓN DEL RADICALISMO EN LAS DOS RIBERAS DEL ATLÁNTICO

 

 

 




LIBERALISMO Y CRÍTICA DEL RADICALISMO ABOLICIONISTA

 

Oportunamente, un ilustre historiador de la esclavitud nos ha alertado contra la tendencia a «confundir principios liberales con empeño antiesclavista». Examinemos las reacciones de distintos autores y sectores del movimiento liberal ante el conflicto que desembocó más tarde en la guerra de Secesión. Dejemos a un lado a Calhoun y a los demás teóricos del Sur esclavista. Conocemos ya la denuncia hecha por Disraeli acerca de la catástrofe de la abolición de la esclavitud en las colonias inglesas. En el momento del derrumbe militar de la Confederación sudista, lord Acton escribe al general que había guiado al ejército sudista:

 

 

«He visto en los Derechos de los estados el único contrapeso válido al absolutismo de la voluntad soberana. Me ha colmado de esperanzas la secesión, vista no como la destrucción, sino más bien como la redención de la democracia […]. Por eso he considerado que vosotros estabais librando las batallas de nuestra libertad, de nuestro progreso, de nuestra civilización; y por la causa perdida en Richmond me lamento más profundamente de lo que me haya alegrado por la causa victoriosa en Waterloo».

 

 

La derrota del liberalismo encarnado por la Confederación sudista, pesaba más que la victoria conseguida algunos decenios antes por la Inglaterra liberal sobre el despotismo napoleónico. ¿Por qué? Al estallar la guerra de Secesión, aun reconociendo los «horrores de la esclavitud norteamericana», lord Acton había rechazado sin titubeos «la prohibición categórica de la esclavitud», reivindicada por los «abolicionistas», ya que estaba afectada por un «absolutismo abstracto e idealista», en total contradicción «con el espíritu inglés», y con el espíritu liberal en cuanto tal, caracterizado por su ductilidad y buen sentido práctico.

 

 

En términos análogos se había expresado algunos años antes Lieber, quien había condenado a los abolicionistas, considerándolos «jacobinos», seguidores de la «quinta monarquía», visionarios y fanáticos incorregibles: «si las personas necesitan tener esclavos, es asunto de ellos mantenerlos» (if people must have slaves it is their affair to keep them).Si se quiere interpretar al pie de la letra tal declaración, sería inviolable no solo el derecho de los Estados al autogobierno, sino también el derecho del ciudadano particular a escoger el tipo de propiedad que prefiere: ¡no olvidemos que en ese momento el propio Lieber es propietario de esclavos! Y, como quiera que sea, si Disraeli ironiza acerca de la «filantropía» ingenua y desinformada de los «abolicionistas puros», el liberal norteamericano se distancia de estos ambientes de manera más clara aún diciendo: «No soy un abolicionista».

 

 

Lieber mantiene excelentes relaciones con Tocqueville, quien a su vez declara: «Nunca he sido abolicionista en el sentido ordinario del término»; «siempre he estado decididamente en contra del partido abolicionista». ¿Qué significan estas declaraciones contenidas en dos cartas de 1857? «Nunca creí posible que se destruyera la esclavitud en los estados antiguos»: el error de los abolicionistas es querer «realizar una abolición prematura y peligrosa de la esclavitud en los países donde esta abominable institución ha existido siempre». Estamos en presencia de un firme comportamiento de condena en el plano teórico, pero sin soluciones en el plano práctico. La situación en el Sur podría ser modificada solo por una iniciativa desde arriba y desde el centro y, por tanto, poniendo en crisis «la gran experiencia del Self-Government». ¿Y entonces? Resulta oportuno el mantenimiento del statu quo. Por desagradable que sea, es necesario resignarse a la larga permanencia de la esclavitud en el Sur.

 

 

«Pero introducirla en nuevos Estados, difundir esta peste horrible en una gran superficie de la tierra que hasta ahora ha permanecido inmune a ella, imponer todos los crímenes y todas las miserias que acompañan la esclavitud a millones de hombres de las futuras generaciones (dueños o esclavos) que podrían escapar de eso, es un crimen contra el género humano, y eso me parece horrendo sin excusas».

 

 

En realidad, ya se había producido una expansión del área de la esclavitud en el momento en que la Unión se había anexionado Texas, arrebatado a México. Por otra parte, Tocqueville parece estar dispuesto a aceptar un compromiso todavía más favorable al Sur esclavista, como se desprende de una carta del 13 de abril de 1857, dirigida también a un interlocutor del otro lado del Atlántico:

 

 

«Concuerdo con vosotros en el hecho de que los más grandes peligros internos que amenazan hoy a los Estados del Norte, son menos la esclavitud que la corrupción de las instituciones democráticas […]. En cuanto a la política que permite a la esclavitud desarrollarse en toda una porción de la tierra en la que hasta este momento era desconocida, admitiría, como vosotros sostenéis, que no se puede hacer otra cosa que tolerar tal extensión, en el interés particular y actual de la Unión».

Sin embargo, eso no puede durar indefinidamente. Es inadmisible que «en las cláusulas de cualquier contrato pueda estar contenida la anulación del derecho y del deber que tiene la generación presente de impedir la difusión del más horrible de todos los males sociales sobre millones y millones de hombres de las generaciones futuras».

 

 

Apasionada es la condena a la esclavitud, y, sin embargo, quizás sea necesario tolerar durante algún tiempo el mantenimiento y hasta la extensión de esa institución. La razón emerge en una carta enviada al economista inglés Senior: el desmembramiento del país que, quizás más que ningún otro, encarna la causa de la libertad «infligiría una grave herida a toda la raza humana, atizando la guerra en el corazón de un gran continente, de donde esta ha sido eliminada desde hace más de un siglo». Tocqueville está dispuesto a sacrificar la causa de la abolición de la esclavitud con el objetivo de salvar la unidad y la estabilidad de los Estados Unidos.

 

 

Aunque fuertemente estimulado, primero por la derrota en la guerra de los Siete años y por la pérdida de gran parte de las colonias, y más tarde por la revolución de Santo Domingo, en la propia Francia el radicalismo abolicionista es, sin embargo, pasajero. Justo después de Termidor, y en realidad ya durante su preparación, vuelve a empezar la agitación de los colonos en defensa del principio liberal del autogobierno (y de la supremacía blanca): en las colonias quienes decidieran el estado jurídico de las personas y, por tanto, de la condición de los negros, debían ser las asambleas locales. Es la posición que ya conocemos del liberal Club Massiac. Quien opone resistencia al giro termidoriano inmediatamente es tildado de traidor y renegado de la raza blanca. El «anglómano» y filoesclavista Malouet vuelve a ocupar posiciones de poder con Napoleón, quien reintroduce la esclavitud colonial y la trata negrera.

 

 

En realidad, el movimiento liberal no responde con una oposición compacta y decidida a esta restauración, a la que solo pondrá fin la revolución de febrero de 1848. No falta quien defienda la institución de la esclavitud en nombre del liberalismo (Granier de Cassagnac); más bien —observa polémicamente un ferviente abolicionista— hasta reivindican «el monopolio del liberalismo». Para ser más exactos, más que del «liberalismo», Cassagnac se profesa seguidor de la «democracia»; se trata de posiciones similares a las sostenidas en la otra orilla del Atlántico por Calhoun, con la diferencia, sin embargo, de que el primero considera la esclavitud como «un medio provisional y empírico para producir el orden» y «mantener a los negros en el aprendizaje del cristianismo, del trabajo, de la familia». Sin embargo, en el otro platillo de la balanza se debe advertir que, al menos a los ojos de sus adversarios, el autor francés comete el error de haber elaborado, como justificación de la esclavitud, una filosofía de la historia que no tiene bien establecida la delimitación espacial o racial de tal institución, con la tendencia, por lo tanto, a ceder hacia posiciones à la Fletcher, ya ajenas al movimiento liberal. De este, por el contrario, forma parte plenamente Thiers, quien al trazar un balance catastrófico de la abolición de la esclavitud en las colonias inglesas, lanza una acusación contra la «despreciable y bárbara ociosidad de que dan prueba los negros una vez abandonados a sí mismos».

 

 

Más sensible a las ideas abolicionistas resulta Guizot, quien no obstante subraya su impracticabilidad con un argumento que nos resulta ya familiar a partir de la historia de los Estados Unidos: como quiera que sea, habría que indemnizar a los poseedores de una propiedad legítima, pero no existen fondos suficientes para esa operación. Por un abolicionismo más gradual, que, evitando la «libertad salvaje» de «seres embrutecidos», pase a través de una fase prolongada de «esclavitud liberal» (esclavage libéral), es decir, ligeramente mitigada, se pronuncia «Le Courier de la Gironde». También Tocqueville es contrario a tomar medidas precipitadas. Todavía en mayo de 1847, aun teniendo en cuenta que el «bajá de Túnez» ya ha abolido la «odiosa institución» —que, además y según reconoce siempre el liberal francés, en los países musulmanes se presentaba de manera más «endulzada»—, Tocqueville expresa la opinión según la cual «indudablemente es necesario proceder a la abolición de la esclavitud solo con precaución y medida».

 

 

Podemos concluir aquí con una consideración de carácter general, relativa a la Francia de la monarquía de julio: «La emancipación completa e inmediata no fue ni siquiera tomada en consideración como programa abolicionista sino un año antes de la revolución de 1848». Más bien, el periodo de oro del liberalismo francés, lejos de implicar la abolición de la esclavitud, presencia su expansión: «Como consecuencia del avance de la conquista francesa en Argelia, había mucho más territorio con esclavos bajo soberanía francesa que durante la época de la revolución de julio de 1830».

 

 

 

 

 

[ Fragmento: Domenico Losurdo. “Contrahistoria del liberalismo” ]

 

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